Por Abel G.M.
Criado entre motores, Enzo Ferrari pasó de ser un mecánico a dirigir su propia escudería de competición y, más adelante, una de las marcas de coche más prestigiosas del mundo. Esta es la historia de la creación de la escuderia más famosa del mundo del automovilismo.
Desde muy pequeño, Enzo Ferrari sintió la llamada de la velocidad: a los 10 años su padre Alfredo lo llevó a ver una carrera de coches cerca de su ciudad natal, Módena; desde ese momento el joven Enzo quedó fascinado por el mundo del automovilismo y, en particular, por la competición. A pesar de que la vida no se lo puso fácil, se abrió camino hasta lo más alto del mundo del motor, dirigiendo su propia escudería y más adelante una de las marcas de coches más prestigiosas del mundo.
Su tenacidad y determinación estaban representadas perfectamente por su símbolo, el cavallino rampante, la silueta de un caballo encabritado que le cedió la madre de un aviador legendario de la Primera Guerra Mundial, asegurándole que le traería suerte. Y no hay duda de que acertó.
Enzo Ferrari nació el 20 de febrero de 1898 en Módena, aunque él siempre aseguró que su cumpleaños era el 18: según la historia que le gustaba contar, una nevada impidió a su padre registrar su nacimiento hasta dos días después; una historia algo dudosa, puesto que su madre le enviaba cada 20 de febrero una postal de cumpleaños.
Su padre Alfredo dirigía una pequeña empresa de material ferroviario, pero su verdadera pasión eran los coches. Cuando su hijo tenía 10 años lo llevó a ver una carrera cerca de Módena y desde ese momento el joven Enzo tuvo claro que quería ser una de estas tres cosas: piloto de coches, periodista deportivo o… cantante de ópera. Probó suerte primero con la segunda opción, escribiendo algunas crónicas en el diario milanés Gazzetta dello Sport cuando tenía 16 años.
Su padre habría querido que estudiase ingeniería, pero la vida de la familia Ferrari, como la de tantas otras, se vio truncada por la Primera Guerra Mundial. En mayo de 1915 el país entró en el conflicto declarando la guerra a Austria; ese mismo año Alfredo Ferrari murió de pulmonía y al año siguiente su hijo Dino, dos años mayor que Enzo, se alistó como voluntario y murió en batalla.
Un año después Enzo fue llamado a filas, pero contrajo una pleuritis y fue apartado del frente de batalla. De su regimiento de artillería se llevó, no obstante, una preciosa carta de recomendación de parte de su coronel, que apreciaba su talento como mecánico.
DE MECÁNICO A PILOTO DE CARRERAS
Terminada la guerra y con su carta de recomendación en mano, Enzo Ferrari empezó a buscar trabajo en el mundo que más le apasionaba, el de los automóviles. Comenzó por la FIAT, el gigante italiano en el sector de los transportes, que producía no solo coches y camiones sino también componentes ferroviarios y de aviación. Se presentó en su sede de Turín para pedir trabajo, pero se llevó su primer golpe al ser rechazado y estuvo a punto de tirar la toalla; solamente el encuentro con su futura mujer Laura Garello le convenció para quedarse en la capital piamontesa. Finalmente encontró trabajo como mecánico en una pequeña empresa que se dedicaba a desmontar carrocerías.
Al año siguiente, durante un viaje a Milán, le llegó una gran oportunidad en la CMN, una empresa que fabricaba coches de competición y de la cual era socio su amigo Ugo Sivocci, quien ofreció a Ferrari un empleo como piloto. Sus primeros resultados no fueron muy brillantes, pero aun así, al año siguiente consiguió dar el salto a una de las empresas más prestigiosas del sector: Alfa Romeo, que participaba en carreras de exhibición. Su nuevo trabajo le dio la seguridad económica necesaria para casarse con Laura.