Estados Unidos y Europa se han propuesto mitigar la llegada de coches eléctricos chinos a sus fronteras. La aplicación de aranceles especiales a la importación ha sido el primer paso. Bruselas discute sobre la idoneidad de dichos impuestos, mientras que al otro lado del charco buscan cualquier resquicio para prohibir su venta. El Gobierno de Joe Biden quiere impulsar una medida que, en caso de aprobarse, impediría a cualquier fabricante chino vender sus coches en el país. Es lo que se busca, pero en este caso hay consecuencias secundarias que no se han tenido en cuenta.
China ya no es el gigante dormido que todos conocíamos. El país presidido por Xi Jinping se ha convertido en un monstruo capaz de arrasar todo lo que hasta ahora hemos conocido. Millones de puestos de trabajo en juego y miles de millones de euros o dólares en beneficios están en juego. La debilidad de la industria tradicional es notable, pero mucho más evidente es la dependencia de los grandes fabricantes hacia China. Ahora mismo es el mercado más grande del mundo y el mayor proveedor de tecnología y sistemas de la industria. Es ahí donde Estados Unidos quiere atacar.
Compañías americanas y extranjeras en peligro de exclusión
Tal y como informa Reuters, el Departamento de Comercio de Estados Unidos propondrá el próximo lunes prohibir el software y el hardware para vehículos desarrollados en China. Principalmente se centrará en el área de conectividad y vehículos autónomos por los posibles problemas de seguridad nacional que puedan generar. La administración Biden teme que los coches de última generación con tecnología China recopilen información de usuarios e infraestructuras sensibles de Norteamérica. También temen una posible manipulación extranjera de vehículos conectados a la red y a sistemas de navegación.
La medida supone una escalada significativa de las restricciones vigentes en Estados Unidos, pero las implicaciones van mucho más allá tal y como apuntan otras fuentes. Como ya hemos dicho, la dependencia de China es casi total. Todos han catalogado la propuesta de la Administración como una poderosa arma que impediría vender cualquier tipo de vehículo fabricado en China, incluyendo modelos de General Motors y Ford. Ambas compañías estarían obligadas a suspender las importaciones. No son los únicos, pues también habría problemas para Volvo y BYD.
GM vende el Buick Envision y Ford el Nautilus, ambos fabricados en China. En los primeros seis meses del año GM vendió alrededor de 22.000 unidades del Envision, mientras que Ford completó 17.500 matriculaciones del Nautilus en Estados Unidos. A la Administración no le temblará la mano contra las empresas que apuestan por exportar la producción. «Anticipamos en este momento que cualquier vehículo fabricado en China y vendido en Estados Unidos caería dentro de las prohibiciones». Todos los fabricantes presentes en Norteamérica, incluyendo Toyota, Volkswagen y Hyundai han advertido del riesgo de la medida. Cambiar el hardware y el software de los vehículos llevará tiempo.
Los fabricantes de automóviles han señalado que sus sistemas «se someten a extensos procesos de ingeniería, pruebas y validación de preproducción y, en general, no se pueden intercambiar fácilmente con sistemas o componentes de un proveedor diferente». China produce muchos de esos equipos. Desde el Departamento de Comercio se ha ofrecido un salvavidas al asegurar que permitirá a las empresas buscar una “autorización específica” para poder seguir vendiendo los vehículos o los componentes. «Tendremos que trabajar con ellos para entender mejor su cadena de suministro». «Tendrán que venir a solicitar una autorización específica».
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