Camiones en el fondo del mar: el SS Thistlegorm

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Este túnel del tiempo por el que simbólicamente braceamos con total fascinación fue en su día un carguero de la armada británica que aguardaba pacientemente su turno, en la entrada de Mar Rojo, para pasar por el canal de Suez, que estaba a sólo unas pocas millas.

Su misión era transportar toneladas de material bélico para la ofensiva aliada de la segunda guerra mundial que se libraba en el norte de África contra el mariscal nazi Rommel, el temido zorro del desierto.

Sus 126 metros de eslora (longitud) albergaban material bélico de todo tipo: camiones, jeeps, alas de avión, motocarros, trajes y botas para la tropa, ruedas, armamento y munición, motos, tanques y hasta un par de locomotoras para la compañía de trenes de Egipto.

La noche del 5 de octubre, una luna llena y luminosa ayudó sin duda a que una escuadrilla de aviones alemanes avistara el SS Thislegorm, alertada por el rumor de que en aquella zona rondaba un buque de similares características al “Queen Mary”, con abundante tropa aliada.

Cuando dichos aviones de guerra ya estaban de retirada en su vuelo de reconocimiento, para su sorpresa se toparon con el objetivo en alta mar, así que no perdieron la oportunidad que se les brindaba en bandeja de asestarle dos bombazos fulminantemente certeros, que abrieron sendos boquetes de enormes proporciones.

La munición y el combustible almacenado en las bodegas ayudó a que tras las explosiones se hiciera visible una gran masa de fuego que, según las declaraciones de los supervivientes, iluminó desde las costas de Egipto hasta el Monte Sinaí. Nueve de sus cuarenta y tantos tripulantes murieron, y el carguero se hundió prácticamente al instante.

Sus 8.000 toneladas de peso, más las 4.000 que transportaba en toda suerte de material de guerra, pasaron a convertirse en el pecio (restos de una nave naufragada) más alucinantemente sobrecogedor con el que un buceador puede soñar. Para la mayoría de ellos, el mejor del mundo.

La bandera de la marina británica ondeó durante muchos años a media asta por aquel funesto suceso, pero no fue hasta 1955, nada menos que 14 años después, cuando el oceanográfico francés Jacques Cousteau, con su mítico “Calypso”, lo descubrió en un increíble buen estado de conservación.

El famoso investigador sólo mostró al mundo la caja fuerte del capitán, la campana del barco, una motocicleta y algunas imágenes grabadas del carguero, pero mantuvo celosamente en secreto las coordenadas de un pecio sin par, alrededor del cual habían aprendido a convivir un sinfín de especies submarinas, pero que quería salvaguardar a toda costa de la acción del ser humano.

Se dice que Cousteau cortó incluso los mástiles de las antenas para encubrir aún más su posición. Sea como fuere, el caso es que consiguió mantener oculto “su tesoro” durante más de tres décadas, pero poco antes de su muerte, en 1997, vio como el SS Thistlegorm fue redescubierto y convertido desde entonces en un templo submarino, abierto a los ojos del resto de la humanidad.

El donostiarra Iñaki Kabue, que ha buceado durante casi un cuarto de siglo por una quincena de pecios en diversos océanos del mundo, cuenta con 20 inmersiones en el Thistlegorm. Aunque asegura conocerlo muy bien, de cada una de ellas ha salido embaucado por algún hallazgo nuevo.

“La primera vez te parece imposible estar ahí. No te lo crees. Me habían hablado de lo impresionante de este pecio, pero cuando estás buceando entre sus hierros, todo lo que te han contado se queda corto.

En las bodegas donde están los camiones -continúa Kabue- siempre te acompañan preciosos peces de arrecife, pero hay que tener un cuidado especial con los peces león, ya que sus espinas son muy venenosas y cualquier contacto con la piel es muy doloroso. Los aledaños del barco están llenos de vida, así que se pueden ver desde bancos de barracudas o carangidos, hasta atunes, morenas, algún tiburón punta blanca, corales y todo tipo de fauna de impresionante belleza”.

Mar de sensaciones

Para goce de cualquier visitante que se adentre en este túnel del tiempo, las condiciones de lo que fuera 71 años antes este mercante de alta mar son casi impecables. La sección delantera se asienta en un fondo de mar arenoso, con el ancla de estribor desplegado.

Al estar dispuesto verticalmente, el puente puede observarse ya a 10 metros de la superficie, pero la visita completa al barco puede llevarte a una inmersión de hasta 32 metros de profundidad.

Sus tres bodegas están repletas de un material perfectamente reconocible y de incalculable valor histórico, aunque se notan enseguida las secuelas de saqueos más o menos significativos, pues han desaparecido algunos parabrisas y volantes de los camiones, así como faros o manillares de las motocicletas.

“Esto se debe sobre todo a las primeras inmersiones tras el descubrimiento posterior al de Cousteau, ya que estaban poco vigiladas.

Algunos se llevaron pistolas, balas, volantes de los vehículos e innumerables piezas del barco, pero en la actualidad -nos avisa nuestro buceador vasco- los controles hacen que afortunadamente sea prácticamente imposible llevarse algo, y mucho menos sacarlo de Egipto, pues si te pillan en el aeropuerto puedes acabar entre rejas”.

Preguntado específicamente sobre los camiones y el resto de vehículos sumergidos, Iñaki Kabue añade más alicientes a nuestra innata curiosidad camionera, pues el museo perenne allí desplegado conecta todos nuestros resortes del misterio y la imaginación.

“La chapa está algo deteriorada, pues son ya 71 años los que esos camiones llevan sumergidos, y la corrosión no perdona, pero curiosamente los neumáticos están en perfecto estado y se ven claramente los dibujos de las ruedas.

Al caucho -continúa Kabue- no le afecta la corrosión, así que cuando los camiones desaparezcan dentro de algunas décadas, esos neumáticos seguirán ahí cientos y cientos de años”.

Estamos ante la magia del instante detenido. Recrearse es esos vehículos, dispuestos tal cual se cargaron en su momento en 1941 en los puertos de Inglaterra y Ciudad del Cabo, es tal vez lo más parecido a teletransportarse en esa máquina del tiempo por la que suspira cualquier amante de la Historia.

Para más regocijo, el entorno de este pecio, en aguas del Mar Rojo, es paradisíaco. En este templo submarino descansan en paz desde decenas de botas de goma que esperaban requemarse en el desierto, hasta esos tanques y cañones antiaéreos que permanecieron por siempre en ese silencio en el que a todos nos gustarían que se hubieran mantenido todas las guerras habidas y por haber.

Su misión era una, pero su destino fue otro, para disfrute de la humanidad en general y usufructo de buceadores en particular. Larga vida submarina al SS Thistlegorm.

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