Historia
La pasión y el vínculo con la mecánica es inherente a la historia del apellido Weber: Eduardo tuvo un padre que se dedicó a la producción de máquinas para hilar y tejer, y un abuelo que fue modelista. Por decantación, y por lógica también, todo parecía indicar que el joven nacido en Turín, en noviembre de 1889, estaría ligado al mundo motor.
Se egresó de la escuela vocacional, hizo trabajos como obrero en un taller de máquinas y adquirió experiencia como diseñador. Ingresó a la fábrica de Fiat y en poco tiempo, apreciado por su labor, pasó a ser inspector de motores y automóviles. Tan solo un año después ya se encontraba como capataz en la fábrica de Bologna; luego desarrolló el mismo rol, pero en la sede ubicada en Ferrara, el norte de Italia.
En el retorno a su Bologna natal, más de una década después, le dio nombre a una de sus máximas gestas: fundó, junto con otros socios, la reconocida fábrica Weber Carburetors en Viale Masini.
El ingenio se puso a la orden del avance tecnológico, apoyado en la sabiduría de Edward. ¿Qué logró? Diseñar un complejo, pero funcional aparato que involucraba a tres carburadores.
El primero priorizaba el calentamiento del petróleo con los gases de descarga, el siguiente se enfocaba en el correcto funcionamiento del mismo, y el último con la particular función de agregar agua a la mezcla, que cumplía el rol de antidetonante.
Pero el buen sentido de su ambición por el trabajo y la voluntad de progresar lo llevaron a querer dar un salto en su desarrollo individual, lo que, obviamente, también cambió su perspectiva de negocios.
Su nuevo destino no se encontraba lejos del que, en ese momento, se dedicaba a transitar; así fue que recaló nuevamente en Fiat. ¿Con qué rol? El de especialista en motores.
Supo cómo intervenir la tapa de cilindros para que el Fiat 501, que contaba originalmente con válvulas a la cabeza, pudiera sumar algunos otros elementos que, por ejemplo, le permitieran alcanzar una velocidad máxima de 145 kilómetros por hora. Esto realmente significó una mejora, ya que en un principio esta característica sólo alcanzaba los 80 km/h.
Edward Weber no tardó en llamar la atención del ambiente del automovilismo deportivo.
Maserati, marca sumamente exitosa a nivel nacional e internacional, decidió utilizar los carburadores Weber.
Así fue que en 1940, y luego de muchos años de relación con Fiat, la marca construyó una gran fábrica con sede en Vía Timava, la cual le permitiera expandir aún más el mercado, crecer en desarrollo y, a su vez, abocarse a distintas áreas con equipamiento de primer nivel y especializaciones técnicas.
El vínculo intrínseco con Maserati también se forjó de manera lógica. El flamante carburador tipo 55 ASS fue el caballo de batalla, la novedad que irrumpió con éxito y se afianzó en las competencias de automovilismo deportivo.
Weber siempre buscó escaparle a la norma, investigó, estudió e intentó marcar su propio camino.
Él no quería priorizar un carburador que tuviera un rendimiento superlativo, sino que hacía foco en un bajo nivel de consumo en ese contexto competitivo. Es decir, esquivó el camino corto, el simple, el efectivo y tradicional. Y arriesgó, pero con fundamentos, su ambición de sacar a relucir el potencial ideal con un bajo consumo de combustible que, a su vez, permita alcanzar altas velocidades.
La exitosa Scuderia Ferrari, la división de carreras de Alfa Romeo, calcó la fórmula del éxito y también recurrió a Weber para implementar sus carburadores. El nombre propio de Eduardo alcanzó niveles altos. Eduardo Weber, por todos estos logros y por su progreso, fue condecorado como el “Cavaliere del Lavoro” (Caballero del Trabajo).
Un hecho que trascendió su control apareció para frenar, de manera parcial, sus anhelos: la Segunda Guerra Mundial. Lo ocurrido fue trágico, una vez que el conflicto bélico había cesado y que Italia volvía paulatinamente a la normalidad, Eduardo Weber continuaba sin aparecer como muchas otras personas. Y así fue que nunca pudo esclarecerse su ausencia.
La conmoción fue enorme y causó revuelo. La fábrica, que transitaba un camino imparable de crecimiento, se revolucionó hasta que finalmente FIAT, como mayor accionista pero también con un fuerte vínculo a Weber, decidió tomar el control para sacarla a flote y devolverla a ese esperanzador futuro que supo exhibir.
El éxito que en las pistas cosecharon los autos con carburadores Weber, rápidamente, se reflejó en las calles. El impulso de FIAT, en esta nueva etapa, fue fundamental para cruzar fronteras y llegar a nuevos destinos. Europa fue, poco a poco, colonizada por sus carburadores.
Su incursión en marcas del estilo de BMW, Porsche, Aston Martin, Renault, Volkswagen, Audi, Mercedes Benz y Toyota encarnó ese crecimiento. Y EEUU, en franco crecimiento, no fue la excepción a la regla. Weber era un éxito en todo el mundo, y su fundador no podía disfrutarlo como le hubiese gustado.
Quizás su impronta terminó de plasmarse en nuestro país, casi como un premio al reconocimiento, en el Torino 380 W de IKA (Industrias Kaiser Argentina SA), que incluía en su fabricación tres carburadores de la marca Weber de doble cuerpo, por eso, también, es lógico entender la procedencia de la clásica letra “W”.
Los años pasaron, los avances tecnológicos no se detuvieron, y la orientación de los elementos y la materia primera cambiaron el rumbo. ¿El nuevo objetivo? La inyección a combustible y la sorpresiva implementación de sistemas electrónicos en el motor. FIAT no desestimó el apoyo a su fiel proveedora, pero se trasladó a España y allí decidió afincarse.
Hoy, con su casa en Madrid, se puede saber que el lema “hecho en España” es un leitmotiv en cada uno de los carburadores Weber.
La historia no es sólo de los carburadores y su reconocimiento a través del tiempo sino, además, de Eduardo Weber: Un nombre propio que siempre estuvo convencido en su vocación, su profesionalismo y su metodología de trabajo; un combo perfecto que derivó en un éxito duradero. Dejó, además, un legado imborrable y una huella en la historia de la mecánica del automóvil.